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sábado, 21 de marzo de 2015

STORIES WE TELL

Sarah Polley dirige a su padre en "Stories We Tell."

Los documentos que dejamos cuentan una historia incompleta, con baches, y los testimonios de quienes nos recuerdan tienen sus propios filtros. Esos hiatos hacen de las supuestas “historias reales” una ficción y la lectura de una historia real como una ficción es más interesante. Me interesa menos el texto acabado de un biógrafo, que busca llenar cada fisura, que los diarios privados, las colecciones de cartas y otros souvenirs, que nos acercan la rareza de un personaje, con sus veladuras y engaños caprichosos.

“Stories We Tell,” tercer film dirigido por la conocida actriz Sarah Polley, es en principio un documental sobre su madre, Diane Polley, también una actriz, conocida en Canadá, que murió de cáncer cuando Sarah era una chica de 11 años. Es una historia familiar contada a voces por los hermanos de Sarah, su padre, y el círculo de amigos y colegas que sigue recordando y extrañando a Diane. Pero la historia familiar es solo el argumento. Con buena edición y un giro narrativo a media res, “Stories We Tell” se vuelve una película sobre los descalces en la memoria grupal y el comportamiento prismático de ese relato, que agrega facetas y versiones hasta que las vivencias originales se vuelven un resto.

Polley transmite esos descalces de la memoria con un relato nítido y llevadero. Las entrevistas y material de archivo que esperamos de este tipo de documental son dispuestos con inteligencia. Hay barajados también videos que muestran las vivencias de Polley ha medida que arma su documental. La historia que tiene para contar es tumultuosa y por la mitad se revelan un secreto que desarma el esquema familiar y desplazan el centro de atención de la madre al padre. Polley entiende que su familia (y aledaños) es una red confusa y hace de esa red un diagrama atractivo. Tal vez muchas biografías resultan en textos áridos porque el narrador asume que el valor intrínseco de esa vida, que fue real, es suficiente para mantener nuestro interés. Polley no comete ese error.

La fama internacional de Sarah Polley supera ampliamente a la de su madre. La “sonrisa con encías” de Sarah, como la describe una de sus hermanas, es inmediatamente reconocible; la pueden haber visto en “La Vida Secreta de las Palabras”, la remake de “Amancer de los Muertos”, en “Don’t Come Knocking,” dirigida por Wim Wenders. Vemos a Sarah apenas comienza el documental, preparando la cámara para hacer sus entrevistas y rápidamente corriéndose a un lado y saliendo del cuadro. De entrada se nos anuncia que esta es una historia coral, contada a muchas voces. Desde detrás de cámara Sarah pide lo mismo a todos sus narradores: que cuenten la historia desde el principio y sin dejar nada afuera, como si ella nunca la hubiese escuchado. Mientras su padre, en una cabina de grabación, lee de un guión la narración en off del documental. Del otro lado del vidrio, en la sala de control, Sarah opera la consola de palancas y perillas e interrumpe a su padre con indicaciones, le pide que vuelva a leer una frase con otra inflexión, más sentimiento.

Los voces serán diversas y las interpretaciones múltiples pero un relato necesita dirección. Exponer una serie de circunstancias no alcanza para contar una historia, que da cuenta de los hechos al ponerlos en cierto orden pero también haciendo omisiones y recortes. El trabajo del narrador es dejar esos hiatos. Polley activa este mecanismo ya eligiendo a su padre como voz en off del documental ("narrado por," dicen los títulos).

El secreto en la historia, que se revela a la misma Sarah por la mitad de la película, es que su padre biológico no es el hombre que la crío y que ella dirige en la cabina de grabación. Diane tuvo un romance por varios años. El amante, un productor de cine y teatro canadiense, es el padre biológico de Sarah, con 99,97% de certeza según una prueba de ADN que la directora hace en medio del rodaje.

La película cambia por completo de dirección y funciona. ¿Cómo? Creo que aceptamos este viraje porque la película misma se hace en el desajuste.

La historia es polifónica y funciona como un caleidoscopio de personajes curiosos. Los amigos que recuerdan a Diane son gente de teatro que recuerda los rebusques de su juventud como una lucha íntima que los involucró a todos. Los hermanos y hermanas de Sarah, de dos matrimonios distintos, parecen medir sus comentarios, tanteando una zona de acuerdo que no comprometa las distintas posiciones tomadas. Cuando de golpe el caleidoscopio gira y los fragmentos se reorganizan la película nos viene mostrando una realidad móvil y polivalente. Hemos sido preparados para observar la desorientación de Sarah cuando su padre se escinde. La película puede verse como una investigación sobre la naturaleza cambiante de una historia.

Lo significativo no son los hechos sino los caracteres involucrados. En cómo estos sujetos recuerdan a Diane vemos los vínculos que puede formar en una comunidad un personaje carismático, en este caso una mujer vivaz, ansiosa y elusiva, siempre con un pie en otra parte. El descubrimiento de Sarah solo agrega espesor a esos vínculos fantasmales. Y es muy entretenido ver como todos esos bichos raros manejan las nuevas preguntas de Sarah. Este espectáculo algo perverso es un gran logro de la película. Una cuota de placer mezquino viene bien para abordar un enredo ético.

No podemos dejar de apreciar a los personajes de esta película, incluso mientras los juzgamos. Porque hacemos las dos cosas lo que se juega no es el punto fijo de una Verdad sino la mirada de los narradores y el lugar que toman unos entre otros. Hacia el final, uno de los dos padres (cual, no viene al caso) dice más o menos: “el propósito del arte es encontrar la Verdad.” Así dice una tradición. Otro uso para la estética es figurar las redes de sentido y por extensión los lazos humanos.

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