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ATENCION: Los textos en general discuten detalles de la trama, sea de una película o libro o serie de TV.

sábado, 11 de junio de 2016

SALIENDO DE AFRICA (1985).

Meryl Streep dispara primero en "Out Of Africa." (1985, dir. Sydney Pollack).

La silueta en akimbo (manos en jarra) del cazador aparece oscura frente al atardecer rojo. "Incluso llevaba su gramófono al safari," dice la narradora. "Tres rifles, provisiones para un mes, y Mozart." Pero en toda la película solo vemos al cazador dispararle a un animal, en defensa propia. Una pareja de leones ataca y Denys Finch Hatton baja al segundo, al macho. El primer disparo es de la baronesa Blixen, Tanne, Msabu, que ignora la orden de echarse al suelo y de un disparo mata a la leona, salvando la vida de ambos cazador y narradora. Sobre el paisaje su voz repite con una música que solo ella escucha pero que igual sentimos: "Una vez tuve una granja en Africa..."

Los paisajes crecen y los colores vibran, la música de John Barry es elegante y majestuosa. El acento afrikaner de Meryl Streep, duro y perfecto, dignifica el relato en off, y las palabras de Karen Dinesen (que publicó esta historia en el año 37, ya despojada del pseudónimo masculino Isak) están cargadas de añoranza y alivianadas por una poesía llana. En el llano el tren avanza, disminuido por la enormidad africana a una silueta de juguete, y la cámara planea sobre el atardecer coloreado. El tren se detiene para dos figuras solitarias al costado de las vias, dos enormes colmillos de marfil a sus pies. Los ojos celestes de Robert Redford emiten su propia luz a la sombra del chambergo y la sonrisa despreocupada rejuvenece la cara de barba hirsuta. Meryl Streep, asomando en camisón blanco por la puerta del vagón, con el pelo suelto y sombras rosadas en la piel de porcelana, parece una figura de Klimt.

"Soy la baronesa Blixen," se presenta Streep, y Redford responde "¡todavía no!," alejándose del tren a pie, de vuelta a la intemperie. Las vías son la única construcción humana y el se aleja, con su compañero Masai.

Una película más débil tomaría el paisaje para manifestar la interioridad de los amantes, a la manera del romanticismo. Por poco se pierde en la ilusión del romance que estamos viendo la historia de una pareja blanca en el Africa colonizada. Pero, no del todo. Cuando conocemos a la baronesa, asomando en camisón para interrogar a Denys, los africanos que viajan a cielo abierto en el vagón de carga se acercan, como nosotros, para observar el encuentro. Los aborígenes caminan sobre las cajas y la baronesa les agita una mano: "shoo! shoo!" Están pisándole los platos de porcelana de Limoges. Denys carga un colmillo enorme al vagón, y el otro colmillo lo carga su acompañante, un guerrero africano, mitad Masai. No vamos a saber su nombre hasta después de muerto. Denys lleva a Tanne a un safari, cenan al descubierto a la luz de una vela y Denys lo recuerda: Kanuthia.

"¿Encontraron algo de lo qué hablar, ustedes dos?," pregunta la baronesa. "Nada," dice Denys, sin ilusiones pero con pena.

Denys admira a los Masai: "mueren en la cárcel porque viven en el momento, sin conocimiento del pasado o presente, sin la idea de que algún día van a ser liberados." Kanuthia muere en la Gran Guerra. Es luego de la guerra que se establece oficialmente la colonia británica en Kenya (antes era un "protectorado").

Para la baronesa Africa era un lugar al que huir, no donde transformarse. Huye con sus platos de Limoges, sus muebles tapizados, sus libros. En su granja de café Tanne funda una escuela para que "sus" Kikuyu (los aborígenes que le trabajan la tierra) aprendan a leer. El jefe de los Kikuyu hace una marca con el facón en el poste de madera a la entrada de la escuela: los chicos más altos que la marca no pueden aprender a leer. A Tanne le parece absurdo. Farah, el africano que lleva la casa (que no es un mero sirviente), le explica: cuando estos chicos sean altos, el jefe va a estar muerto.

"No es bueno que la gente alta sepa más que este jefe, Msabu." Así llama el africano Farah a la baronesa: Msabu, "señora."

Ella quiere que los chicos aprendan a leer, pero entretiene a Finch Hatton e invitados contándoles historias que inventa sobre la marcha. Es una narradora en la tradición oral. Tanne sabe tejer historias, es lo primero de ella que atrae al cazador. Luego cuando se vuelven amantes Denys le pide a Tanne dejar "algunas cosas" en la granja y lo que muda son sus libros, cajas enteras. La lectura y la tradición oral están en tensión pero es una tensión leve, secundaria a la tensión colonial. Mientras bailan en año nuevo, en el club británico de caballeros, Denys le reprocha: "no son ignorantes, no quiero que los conviertas en inglesitos."

La baronesa comienza su viaje como una burguesa malcriada, de cacería en un llano helado dinamarqués. Las pocas veces que la vemos en Dinamarca el paisaje es nevado, frío. La joven Tanne tuvo un romance con un barón casado y se aleja furiosa del hombre, que por supuesto no va a divorciarse. Bror von Blixen, amigo de Tanne, la consuela: "si vos no querías a mi hermano, solo querías ser baronesa." El derrochó su parte de la fortuna familiar y ella es una mujer en el 1900. Así que hacen un trato: para poder huir, van a casarse. Huyen a Africa.

Claro que para el aristócrata Bror el exótico Africa es un lugar de aventuras sin límite, donde está siempre yéndose a cazar animales y mujeres, huyendo de la granja, todavía en fuga. Es Tanne quien lleva la granja, construye la fábrica de café, separa con sus manos los granos, al lado de los Kikuyu. Se vuelve una mujer fuerte, un líder.

Al final, la baronesa pierde su granja. Pide un préstamo en el banco y le preguntan: "¿porqué estas parcelas no están cultivadas?" Porque ahí viven los Kikuyu, dice Tanne, como si fuese evidente. Cuando pierde la granja va de un burócrata a otro buscando algo de tierra donde los Kikuyu puedan vivir. Una aldea entera desarraigada y para los burócratas el problema es donde encajarlos. Con sus recursos agotados, Tanne se presenta al recién llegado nuevo gobernador (un Sir) y en plena recepción oficial se arrodilla y ruega una parcela de tierra para los Kikuyu. Los hombres, abochornados, de blanco y sombrero salacot, intentan ponerla de pie. Denys interviene: "denle un momento." La está viendo de rodillas, sometida, y en su cara solo vemos respeto.

Es la culminación de su historia. La primera vez que están solos, ella le dijó "dispará" y el contestó: "esperá." La baronesa había salido de excursión, sola con el caballo. Estaba a la sombra de un único árbol, mirando el paisaje con binoculares, cuando el caballo relinchó y salió corriendo, con el rifle en la montura. Lentamente se acercó una leona. "No corras," dijo Denys, saliendo de la maleza, con el rifle listo. "Dispará," pidió Tanne, paralizada, casi sin voz. "Démosle un momento," dijo el cazador. Los tres esperaron, detenidos en un triángulo. Sin apuro, la leona se alejó en el llano.

Y cuando el matrimonio de la baronesa con Bror, el marido ausente, ya había terminado (lo hecha de la granja pero sin divorcio, estamos en 1920), Denys llevó a Tanne de safari y no salieron a cazar con los rifles, salieron con el gramófono. Agazapados detrás de unas cortaderas esperaron a que el aparato, con la tapa levantada, atrajese a los mandriles. Denys tiró de una cuerda y accionó la palanca, haciendo brotar la música. "Imaginate eso," dijo con el asombro de un chico. "Nunca un sonido humano y luego, ¡Mozart!"

Denys le enseña a Tanne el asombro de Africa, la libertad de no someter. El, ¿qué aprende de ella? Cuando Tanne le pregunta porque es guía de safari el dice: "no se tejer." Tanne, la narradora, trama historias en el aire, teje lazos.

Al final, en un cuarto vacío de la granja, Denys y Tanne comparten una última cena. Afuera la oscuridad es total y adentro las paredes están peladas. La comida está servida en un plato de Limoges, en equilibrio precario sobre una caja de mudanza. "Me lo arruinaste, ¿sabías?," dice él. "Me arruinaste el estar solo."

Amando a Denys y a Africa, Tanne aprende a querer sin poseer. Denys quería la libertad de estar presente en el momento. Lo que él aprende de Tanne es que amar es tejer lazos, entramarse con otro, y así ella vive en él y está presente con él en cada momento. Es la diferencia entre poseer y pertenecer. Uno lleva consigo a quien uno pertenece. Tal vez si los hombres europeos no hubiesen sido débiles y amado a sus mujeres (y su tierra) doblegándolas, no hubiesen tenido el impulso de duplicar la apuesta subyugando un continente entero. Y esta lectura no la hago yo caprichosamente, está en el texto de la película, en dos escenas que encuadran toda el relato. Al inicio cuando la baronesa baja del tren, recién llegada al continente, va a buscar a Bror (porque es Farah, el mayordomo africano, quien la recibe en el andén) y se adentra en el bar del club de caballeros, y el barman, un hindú de turbante, escuda a los miembros del clubs y le dice: "señora no debe estar acá." Los caballeros europeos miran al costado y con cara de puchero esperan que la mujer sea retirada. Luego al final cuando parte de vuelta a Dinamarca, ya divorciada y sin tierras, los caballeros le piden que brinde con ellos. Le piden que entre al bar y alzan las copas para ella. Es una formalidad que ella acepta.

Pero es en el andén, antes de subir al tren y dejar Africa por el resto de su vida, habiéndose arrodillado para devolverle una tierra a los Kikuyu, que la baronesa le pide a Farah (que es mucho más que un sirviente) y el la llama por su nombre más personal: "Usted es Karen, Msabu." Hay que prestar atención en ese momento a las manos de Farah y Karen: se tocan por un momento y cuando ella se va Farah cierra la mano y la sostiene en el aire, reteniendo algo. La imagen es como un espejo de otra anterior, cuando Karen juntó un puñado de tierra y no pudo soltarla.

Han puesto algo cada uno en el otro, y ella le pide: "quiero oirte decir mi nombre." Y él se lo dice. El africano le devuelve su identidad. Pero la afrikaner tiene que pedirle.

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