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domingo, 27 de octubre de 2013

Selva Almada, dos novelas ("El Viento que Arrasa" e "Intemec").

Imagen de portada de "El Viento que Arrasa", @ fotografía Guillermo Valdez.

“El Viento que Arrasa”, de Selva Almada, es una novela que podía contarse en un cuento, pero no contarse así. La trama es simple y le alcanza un relato breve. Son los personajes, con sus historias de vida, lo que crece y requiere más espacio para moverse.

El auto de un Reverendo y su hija queda en un páramo, en medio de la nada. Alguien que pasaba los remolca al taller de un mecánico, el Gringo. El Gringo vive con un “chango,” un chico que una mujer le dejó a su cargo años atrás y que puede ser su hijo. El arreglo del coche tarda y los cuatro personajes deben convivir un día y una noche ahí, aislados de todo, en una zona casi abstracta del Chaco.

La novela es engañosamente simple. Parte de la sencillez, la ilusión de sencillez, está en la escritura, económica y nítida. Antes de esta, su primer novela, Almada publicó tres libros de relatos, luego reunidos en la antología “Una Chica de Provincia.” No recuerdo que escritor decía, en un libro de cartas o diarios, que un asesinato imaginario por día le evitaba ir a terapia. Yo diría algo similar de un cuento (o poema). Leer un cuento, cortito o más largo, por día, mantiene la imaginación flexible, los sentidos despiertos. La Argentina tiene una fuerte tradición de cuentistas y la novela de Almada, de precisión discretamente poética, indica que ella pertenece a esa tradición. Leer la novela de Almada es querer encontrar los cuentos que la preceden.

En apariencia el centro de la novela es un conflicto existencial entre el pragmatismo ateo del mecánico, el Gringo, y el lenguaje mítico del Reverendo Pearson. Este conflicto se presenta a través de la acción narrativa, sin otros argumentos que la vida misma de los personajes, como aparece en sus actos y dichos, y en la memoria de sus pasados. Así la concentrada trama se expande a la escala novelesca. La situación mínima funciona como un prisma que captura y proyecta en el espacio chaqueño la historia de estos cuatros personajes, que es la gradual construcción de sus identidades. Esta construcción, más que el conflicto teológico, es el fundamento de la novela.

La resolución del conflicto se juega en el chango Tapioca, cuyo origen es incierto, algo abstracto como el paisaje. ¿Es el Gringo su padre? ¿Lo sabe Tapioca? El Gringo no sabe “qué le dijo” al chico su madre. Por las dudas, para “no embarrarla”, el Gringo no toca el tema. Al final el conflicto se resuelve entre los tres hombres. No debe ser casual que la voluntad de Leni, única mujer del relato, sea dejada de lado.

Barajados entre los capítulos, que van y vienen del pasado al tiempo muerto de ese día, hay recortes del sermón del Reverendo. La pobreza de lo que el Reverendo ofrece refleja la necesidad de su congregación. Las palabras del sermón son poco más que un sonido que el Reverendo usa para desplegar su presencia hipnótica. “¡Es la lengua de Cristo la que se mueve adentro de su boca!”, nos dicen. Tal vez el Reverendo mismo sea una víctima más de sus poderes. Su audiencia está ahí para que él pueda entrar en ese trance. Cuando conoce al Tapioca cree ver en el chico una inocencia pura, completa. Lo que realmente encuentra es alguien tan débil como él, enteramente susceptible al delirio místico.

Hay una paradoja en el triangulo de estos dos hombres y el chico, que Almada muestra de forma sutil. El Gringo tiene un sostén mítico. Escribe Almada: “La naturaleza, pensaba el Gringo, tiene el secreto que mata todos los secretos que puedan conocer los hombres.” El Reverendo también cree tener ese sustento, cuando lo que él tiene es un habla mítica, que tal vez no tenga sustancia, mientras que el Gringo no puede hablar de su mito, que es “secreto”. Los sonidos de esa lengua poseída por Cristo pueden ser solo ruido, pero ese ruido humano se vuelve una necesidad vital en el desamparo de la provincia. Tal vez ese ruido humano sea el viento que arrasa.

Por medio del sello de ebooks “Los Proyectos” Almada publicó la novela breve “Intemec”, que puede bajarse gratis o pagando $ 10. Es más breve que “El Viento que Arrasa,” con algunos rasgos parecidos: sucede en o cerca del Chaco, hay un breve viaje por la ruta y la escritura es la misma, luminosa y natural, tal vez especialmente natural para un porteño como yo, que conoce poco del interior. El lenguaje de Almada me resulta familiar y exótico al mismo tiempo.

En “Intemec” un obrero chaqueño muere trabajando para la empresa homónima y otros dos obreros, Lucio y el Willy, deben llevar la noticia a la familia. Lucio ve a los chaqueños como “tipos tan callados” pero el Willy es locuaz y carismático, un seductor de mujeres. Le gusta ser un obrero golondrina, siguiendo a la empresa Intemec, yendo de pueblo en pueblo, liándose con mujeres casadas y desapareciendo antes de meterse en problemas. Pero al volver del Chaco, luego del trámite con la familia del muerto, la labia de Willy se apaga, como si esas horas en su pago “lo hubiesen devuelto a la melancolía propia de los suyos…”

Es una leve transformación que se muestra en el lenguaje. Como en “El Viento que Arrasa”, los efectos del lenguaje se juegan en la acción del relato, no en observaciones de la autora que narra. No hay desdoblamientos o atajos estructuralistas. El lenguaje es efectivamente algo vital que la ficción nos muestra a su manera. A diferencia de otros novelistas que nos presentan el lenguaje como un fenómeno de "estilo," su propia arte novelesca, Almada nos acerca a la vivencia del lenguaje.

NOVELA "El Viento que Arrasa" - Mar Dulce Editora.



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